sábado, 6 de febrero de 2010

Cuando el alumno está preparado, el maestro aparece


 Siguiendo el camino del Caballero. Los destacados los hice yo. 
Moni


El caballero descartó una idea tras otra por considerarlas poco viables. Algunos planes eran realmente peligrosos. Sabía que cualquier caballero que se plantease fundir su armadura con la antorcha de un castillo, o congelarla saltando a un foso helado, o hacerla explotar con un cañón, estaba seriamente necesitado de ayuda. Incapaz de encontrar ayuda en su propio reino, el caballero decidió buscar en otras tierras.


“En algún lugar debe de haber alguien que me pueda ayudar a quitarme esta armadura”, pensó.


Desde luego, echaría de menos a Julieta, Cristóbal y el elegante castillo. También temía que, en su ausencia, Julieta encontrara el amor en brazos de otro caballero, uno que estuviera deseoso de quitarse la armadura y de ser un padre para Cristóbal. Sin embargo, el caballero tenía que irse, así que, una mañana, muy temprano, montó en su caballo y se alejó cabalgando. No osó mirar atrás por miedo a cambiar de idea.


Al salir de la provincia, el caballero se detuvo para despedirse del rey, que había sido muy  bueno con él. El rey vivía en un grandioso castillo en la cima de una colina del barrio elegante. Al cruzar el puente levadizo y entrar en el patio, el caballero vio al bufón sentado con las piernas cruzadas, tocando la flauta.


El bufón se llamaba Bolsalegre porque llevaba sobre su hombro una bolsa con los colores del arco iris, llena de artilugios para hacer reír o sonreír a la gente. Había extrañas cartas que utilizaba para adivinar el futuro de las personas, cuentas de vivos colores que hacía aparecer y desaparecer y graciosas marionetas que usaba para divertir a su audiencia.


- Hola, Bolsalegre - dijo el caballero - He venido a decirle adiós al rey.


El bufón miro hacia arriba.


- El rey se acaba de ir.


No hay nada que él os pueda decir.


- ¿Adónde ha ido? - preguntó el caballero.


- A una  cruzada ha partido.


Si lo esperáis, vuestro tiempo habréis perdido.


El caballero quedó decepcionado por no haber podido ver al rey y perturbado por no poder unirse a él en la cruzada.


- Oh - suspiró. Podría morir de inanición dentro de esta armadura antes de que el rey llegara. - quizás no le vuelva a ver nunca más.


El caballero sintió ganas de dejarse caer de su montura pero, por supuesto, la armadura se lo impedía.


- Sois una imagen triste de ver.


No con todo vuestro poder, vuestra situación podéis resolver.


- No estoy de humor para tus insultantes rimas - ladró el caballero, tenso dentro de su armadura - ¿No puedes tomarte los problemas de alguien seriamente por una vez?.


Con una clara y lírica voz, Bolsalebre cantó:


- A mí los problemas no me han de afectar.


Son oportunidades para criticar.


- Otra canción cantarías si fueras tú el que estuviera atrapado aquí - gruñó el caballero.


Bolsalegre continuó:


- A todos, alguna armadura nos tiene atrapados.


Sólo que la vuestra ya la habéis encontrado.


- No tengo tiempo de quedarme y oír tus tonterías. Tengo que encontrar la manera de salir de esta armadura.


Y dicho esto, el caballero se dispuso a partir, pero Bolsalegre le llamó:


- Hay alguien que puede ayudaros, caballero, a sacar a la luz vuestro yo verdadero.


El caballero detuvo su caballo bruscamente y, emocionado, regresó hacia Bolsalegre.


- ¿conoces a alguien que me pueda sacar de esta armadura? ¿Quien es?


- Tenéis que ver al mago Merlín, así lograréis ser libre al fin.


- ¿Merlin? El único Merlin del que he oído hablar es el gran sabio, el maestro del Rey Arturo.


- Si. Si, el mismo es.


Merlín solo hay uno, ni dos ni tres.


- ¡Pero no puede ser! -Exclamó el caballero - Merlin y el rey Arturo vivieron hace muchos años.


Bolsalegre replicó:


- Es verdad, pero aún vive ahora. En los bosques el sabio mora.


- Pero esos bosques son tan grandes... dijo el caballero - ¿cómo lo encontraré ahí?


Bolsalegre sonrió.


- aunque muy difícil ahora os parece. Cuando el alumno está preparado, el maestro aparece.


- Ojalá Merlín apareciera pronto. Voy a buscarlo a él - dijo el caballero.


Estiró el brazo y le dio la mano a Bolsalegre en señal de gratitud, y por poco le tritura los dedos del bufón con el guantelete.


Bolsalegre dio un grito. El caballero soltó rápidamente la mano del bufón.


- Lo siento.


Bolsalegre se frotó los magullados dedos.


- Cuando la armadura desaparezca y estéis bien, sentiréis el dolor de los otros también.


- ¡Me voy! - dijo el caballero.


Hizo girar su caballo y, abrigando nuevas esperanzas en su corazón, se alejó galopando.





Fischer, Robert, El caballero de la armadura oxidada

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