Hay gente que padece el estar sin pareja.
No sabe qué hacer con su vida en ciertos momentos y esto se profundiza los fines de semana y en eventos sociales.
Pero en realidad, ¿tendrán miedo a hallar lo que tanto desean?
Hace poco tiempo salió publicada esta nota en el diario La Nación, escrita por Miguel Espeche, que versa sobre el tema.
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Muchos son los solos y las solas en la ciudad. Muchos de ellos desean, o
dicen desear, una pareja estable, alguien a quien querer y por quien
ser queridos. En diferentes sintonías y códigos van por la vida en busca
de una pareja que no siempre llega en tiempo y forma, por más que los
ensayos sean muchos y variados. Es verdad que hay quienes prefieren
buscar pareja a encontrarla. Buscan y buscan, pero nunca encuentran. Es
que de encontrar a alguien que pudiera dar con el perfil de “pareja”
quizá les vendría un gran susto, el susto del que encontró lo que
buscaba y ahora teme perderlo.
Suponen que es menor el dolor de
no encontrar lo que se anhela a encontrarlo y que la cuestión no
funcione. Por experiencias pasadas en las que vivieron penas,
desencuentros y abandonos, o por lo que se dice por ahí de lo que pasa
con las parejas, encuentran temible al amor y sus circunstancias, por
más que sueñen con él a diario.
Antes de que haya quejas,
digamos que sí: existen los que no tienen pareja y no sólo no se quejan,
sino que hacen militancia de su condición de solitarios. De ellos sólo
podemos decir que existen y que negarían mil veces anhelar el amor de
pareja, dada su disfrutada condición de lobos esteparios. No es por no
poder, sino por no querer, dirán seguramente con razón, que no hay otro
compartiendo su vida, y repetirán una y otra vez que “el buey solo bien se lame“.
En los fines de semana, sin embargo, la noche de la ciudad se puebla de la ambivalencia del “quiero, pero no“,
la danza de los que se buscan, se miran, hasta se tocan, pero no
siempre se encuentran, quizá porque no quieren de verdad el encuentro
cercano, o, tal vez, aunque lo desean, una barrera invisible y a veces
incomprensible se ubica frente a ellos, impidiendo esa intimidad tan
temida: la emocional, esa que duele, y mucho, cuando es herida.
Es verdad, la intimidad que más temor genera es la emocional, mucho
más que, por ejemplo, la física. Los cuerpos, por aquello de la
modernidad, se pueden encontrar más asiduamente que en épocas muy
anteriores a las nuestras, y de hecho ya a veces ese tipo de encuentro
es tomado deportivamente. Pero las almas, digámoslo así sin temor a ser
cursis, andan por ahí, solas, parapetadas por miedos disfrazados de
otras cosas.
Modernosos o tangueros, cancheros o nerds, jovencitos o ya
grandes y con varias historias encima, la fauna ciudadana, sobre todo al
caer la noche, disfraza anhelos atávicos de intimidad para lanzarse al
encuentro de lo que sea que mantenga viva la ilusión.
De día, sin embargo, los consultorios de psicólogos y afines se
pueblan de soledades, sean éstas dolidas o no. En la mañana una
treintañera se duele frente al psicoterapeuta por tanto desencuentro en
su vida amorosa. Al atardecer, en el mismo sillón del mismo consultorio,
un hombre, quizás una potencial pareja de la dama antes mencionada, se
lamenta, en sus masculinos códigos, de lo mismo: de la dificultad de
encontrar alguien que no sólo se acerque superficialmente, alguien que
permita esa plenitud anhelada y, a la vez, temida.
Y así andan todos, libres de las dificultades del amor, ajenos al
riesgo de perder, gozando quizás el torbellino del cortejo que llega “hasta allí”
en lo que a afectos refiere- y está bien, sólo que a la larga la gente
se cansa de la cuestión y, se sabe, lo lindo de emprender un viaje es
tener un lugar al cual volver.
De lo social a la intimidad, de
la intimidad a lo social. Es bueno salir y navegar diferentes aguas para
conocerlas y, a través de ese conocimiento, conocerse a uno mismo. Pero
sepamos que, tarde o temprano, la intimidad es el cobijo por todos (o
casi todos) anhelado. Por eso, mejor perderle el miedo y aprender a
cuidarse sin que ello implique parapetarse en la histeria o el corazón
blindado. Es bueno saber que la soledad es una opción, no un destino
marcado por el miedo a la pena y al desengaño, disfrazado de libertad.
Del Blog "Mejora Emocional"