viernes, 30 de julio de 2010

El sentido del amor


El amor para darse en plenitud supone un largo proceso de integración, de maduración y desarrollo de la sexualidad humana y es genuino para mí, siempre y cuando lo viva-en-mí, en el tú y no “afuera”.

Si como ser humano, me permito entrar en mi propio mundo de vivencia, comprenderé que, al amar al tú, busco, en última instancia, lo que tiene de único e irrepetible. He pasado, por ejemplo, por la pérdida del tú a quien amo (porque muere o se aleja temporal o definitivamente). Cualquier otra persona que se me presenta con características psíquicas o físicas que casi me hace exclamar que es un doble del tú, a quien amo, no será lo suficientemente “tal”, como para que yo traslade o transfiera el amor entrañable que le tengo al tú, a esta nueva persona. Esta vivencia se fundamenta en que el tú, al que amo, lo amo en lo que tiene de ser único e irrepetible, como tú único-en-el-mundo y en mi mundo.
Teniendo la conciencia viva de mi amor al tú, al tú-único, al tú que sólo se da una vez, puedo concluir sintiendo que él es el tú-insustituible e irremplazable de mi vida y el tú cuyo amor en mí tiene garantía de permanencia en el tiempo y va más allá del tiempo y de la muerte, más allá de mis estados anímicos-corpóreos.
Puedo decir que vivo y conozco el amor realmente humano, cuando descubro la existencia del tú que amo como un ser así y no-de-otro-modo y que, en nuestra relación, podemos ir más allá de nuestras limitaciones que se reflejan en el tiempo, en los estados anímicos y los estados corporales evolutivos.
La experiencia amorosa me ayuda a aprender la independencia de esencia y existencia que posibilita que pueda amar, y mi amor por el tú puede sobrevivir y no sólo sobrevivir, sino, también, vivir y mantenerse con una fuerza mayor que la fuerza del  tiempo y de la muerte. Así, realmente, se puede citar aquello de la sabiduría bíblica de que el amor es más fuerte que la muerte.


Pareja Herrera, Guillermo, Victor Frankl comunicación y resistencia

domingo, 11 de julio de 2010

Un ermitaño estaba en su cueva, meditando, cuando un ratón se le acercó y se puso a roerle la sandalia. El ermitaño abrió los ojos, irritado: -¿Por qué me molestas en mi meditación?.


-Tengo hambre - dijo el ratón.


-Vete de aquí necio -dijo el ermitaño-. Estoy buscando la unidad con Dios, ¿como te atreves a molestar?.


-¿Cómo quieres encontrar la unidad con Dios, si ni conmigo puedes sentirte unido?


(Anónimo)

jueves, 8 de julio de 2010

Econtrándome con mi sexualidad


Afronto mi propia historia, mi búsqueda de amor y de la forma de expresar ese amor. Vivo un profundo deseo de amar y ser amado; éste es el sentido de toda mi existencia. Esa aspiración anhela convertirse en realidad en grado máximo, y ese deseo es tan intenso que creo poder “hacer el amor”. “Hacer” el amor, es lograr crear entre el otro y yo un vínculo capaz de establecer una comunicación afectiva profunda. A veces, confundo la realidad, o la misma existencia del amor, con lo que constituye una forma, entre otras de expresarlo. Hacer el amor es crear entre dos personas una complicidad hecha de ternura, de comprensión, de gustos y opiniones compartidos, de ayuda mutua, de complementariedad de talentos…, para poder construir algo juntos. Cuando voy tejiendo de ese modo la realidad de mi amor, puedo sentir el deseo de manifestarla mediante una forma de expresión que la confirme. Esa expresión, muy bella, puede ser la relación genital. Sin embargo, esa forma expresiva no crea el amor entre el otro y yo, sino que simplemente expresa el amor que ya existe entre ambos.


En la genitalidad, lo importante no es tanto la cantidad –la potencia, las técnicas- cuanto la calidad. La calidad de la admiración mutua, del respeto, de la ternura; la calidad del intercambio, del compañerismo, de la comunión; la calidad del deseo de que el otro sea él mismo y feliz, la calidad de la experiencia se ser felices juntos.


Tengo por delante mucho que hacer para lograr que mi actividad genital sea más que un placer físico o que el mero deseo de llenar una carencia afectiva. Tengo que recorrer un largo camino para alcanzar una expresión genital auténtica y profunda. Son pocos los que lo logran, y ello explica, por otra parte, que sean muchos los que pueden tener numerosas experiencias genitales sin amor. Y explica también el hecho de que tantas personas crean que van a encontrar el amor en el ejercicio de su genitalidad y, sin embargo, se encuentren decepcionadas y vacías, esperando a aquel o aquella que, por fin, sepa darles lo que necesitan. Son muchos los que ignoran que lo que buscan no existe.

¡Éste es el drama de la búsqueda del amor! ¡Éste es el drama que la genitalidad es incapaz de resolver!

Sufro por necesidades que provienen de carencias sufridas en mi infancia. Al hacerme adulto, querría llenar el vacío dejado por esas carencias. Entonces es cuando la genitalidad aparece como una buena solución, hasta el día en que descubro que, en vez de llenar ese vacío, mi necesidad se hace cada vez más viva y acuciante, y que experimento lo contrario de lo que creía. Yo pensaba que iba a ser más feliz, y me siento más desgraciado. Creía estar saciando mi necesidad, y la he exacerbado. Mi desilusión es tan grande como mi frustración. El medio que utilizo para solucionar el sufrimiento que me ocasiona mi carencia “pone en juego un doble sistema: el sistema real, con mis frustraciones y sus necesidades, y el sistema irreal, que intenta satisfacer de manera simbólica esas necesidades generalmente inconscientes. De esa forma, mi yo irreal tiene aparentemente relaciones sexuales (genitales) adultas, mientras que es el niño que en mí habita quién está buscando ser amado” 6. Así plantea Arthur Janov el problema en su libro Le cri primal. En efecto, si no me he desprendido de las faltas de respuesta a mis legítimas necesidades de niño, mis compañeros afectivos se convierten inconscientemente en imágenes de mis padres. Por tanto, interactúo en mi presente con personas que no son realmente las que yo deseo, ya que mis compañeros afectivos no son mis padres, pero les pido que me den el amor que me faltó en mi infancia. Entonces me encuentro con malas personas, con deseos “desfasados”… No es nada extraño que, en tal situación, mis relaciones afectivas y amorosas sean difíciles, y que mi expresión genital no sea gratificante e incluso se vea afectada por desviaciones dolorosas para mí y para mi entorno.


Parece que el barómetro de mi madurez afectiva es precisamente mi genitalidad. Las dificultades que encuentro en ese nivel (frustraciones, impulsos fuertes e incontrolados, frigidez, impotencia, atracciones espontáneas hacia desconocidos…) me dan la medida del impacto del sufrimiento recorrido de mi infancia. En algún lugar de mi persona, un niño pequeño anda buscando ternura, dulzura, caricias, cariño y presencia. Pero el niño pequeño que habita en mí vive esta búsqueda en un cuerpo de adulto, cuyos órganos genitales están bien desarrollados y activos. Las necesidades que experimento se transmutan en necesidades genitales, debido a la madurez física de mi cuerpo que reacciona en ese nivel. Pero, en realidad, lo que estoy viviendo son mis necesidades de niño, que intento desesperadamente compensar mediante el ejercicio de mi genitalidad.

Si yo pudiera vivir una actividad genitalidad de calidad, sería expresión de una realidad ya existente, de un vínculo amoroso con otra persona. Ese vínculo supondría un reconocimiento en profundidad de la identidad positiva del otro; más aún, lo constituiría el compartir y el ayudarse y estimarse mutuamente. Por otra parte, expresaría la comunión de gustos e ideas, así como el respeto por las diferencias. Todo ello me llevaría a querer celebrar con el otro nuestra relación por medio de una expresión privilegiada, en la que el “nosotros” implicaría la vivencia de una complementariedad íntima y física total. Entonces, la relación genital es la resultante de una experiencia afectiva de tal calidad que su manifestación física adquiere el sentido de una celebración, de una fiesta. Mi genitalidad es una función natural importante y bella, tan fundamental como comer, dormir o respirar. Pero también es muy distinta, porque comer, dormir y respirar son actividades necesarias, vitales, mientras que mi genitalidad no es de ese mismo orden

Puedo llegar a ser una persona plena sin tener actividades genitales. Lo importante es que mi sexualidad esté bien integrada, como mujer o como varón, y que yo me sienta persona completa, tenga o no tenga actividades genitales. La energía genital puede transformarse en energía creadora o en amor gratuito cuando el compañero afectivo está enfermo, sufre o está ausente. ¡Hay tantos modos de decir a alguien “te quiero”…! Una vez canalizada, la energía genital es una fuerza vital natural que se expresa necesariamente. Es creadora de vida; es la energía que crea la realidad más bella que existe: un niño; y también es la energía que inventa un mundo mejor.


¡Qué gran reto, el de rehabilitar mi genitalidad! Esta energía tan magnífica y poderosa tiene su sitio en la carroza en que atravieso la historia de mi existencia humana.

Lacasse, Micheline, De la cabeza al corazón, El camino más largo del mundo, Sal Terrae, 1995

sábado, 3 de julio de 2010

Crecer

Atarme a ti
ha sacado a la luz mi egoísmo y mi generosidad,
me ha permitido desarrollar mi ternura
y mi frialdad,
me ha hecho tomar conciencia de mi sexualidad
y de mi espiritualidad,
me ha hecho conocer al niño y al adulto dentro de mí.
Despegarme de ti
me ha hecho explorar mi tristeza y mi alegría,
me ha hecho conocer la desazón
y la fuerza de salir de ella,
me ha hecho descubrir mi dependencia
y mi autonomía,
me ha revelado mi miedo de morir
y mis recursos de vida.
"¡No, nada de nada, no me arrepiento de nada!"
Jean Mombourquette
Amar, perder y crecer